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Prestige: exigimos responsabilidades



          lunes, marzo 29, 2004
 
Mi relación con el peor pensamiento
es diaria. Y contra lo que pudiera parecer, liberadora.




          viernes, marzo 26, 2004

 
Mi relación con las plantas
Desde hace unos meses tengo mi primera planta. Es la primera que tengo a mi alrededor que compro yo, que elijo yo, que es mía. No está mal, pero no es lo que quería. Pero es que no había otra más parecida en el vivero. Yo tenía la idea de una de estas de oficina, súper tocho, prácticamente sin hojas. De hecho, lo que quería era un tronco, con alguna hojita. La que pillé es bastante alta, sigue creciendo, pero los troncos no han engordado, que era lo que yo quería. En cambio, las hojas se han multiplicado y alargado, y caen por su peso y hacen como un dibujo de fuegos artificiales extra tupido, tanto que dentro de nada parecerá un perro de esos lanudo, que asco. Igual se la encasqueto a c y me compro otra. Yo la riego y tal, y en el estudio cumple su función, que es la de “profesionalizar” en algo el entorno. También tengo una mesa de cristal para reuniones, con cuatro sillas, en la que prácticamente nunca hay reuniones, sino montones de libros e historias. Pero hacen que esto parezca menos casa y más oficina. Que cuando viene alguien, un cliente, no me sienta invadido, como si entrara en mi habitación.

Miento, había otra en el vivero que se acercaba más a mi idea, pero c y la señora me miraron con cara de “tú estás zumbado, cómo te vas a llevar esto”. Estaba allí, en un vergel exuberante, el paraíso perdido y yo quería un palo. No tuve valor, me dejé llevar y compré con sus ojos. A mí es que casi todas las plantas me resultan barrocas, excesivas, no me representan, no me siento cómodo ni viéndolas ni teniéndolas cerca. Y esto se acrecienta con las flores, me resultan demasiado bonitas, relamidas. Creo que mi gusto es más bruto, más sin cocer. Las flores, las que se regalan, esas que tienen estatus estético poco menos que de joyas, de perlas de la naturaleza, del refinamiento máximo de la tierra, se me hacen frágiles y algo cursis. Sólo hay una flor que adoro, si alguna vez he comprado flores, siempre ha sido la misma: la margarita. Para mi lo tiene todo, está en el límite de delicadeza y sofisticación. Su estructura geométrica es fabulosa, una de esas presencias siempre relajantes, un reflejo de un mundo platónico, armonioso. Es natural, fresca y no manipulada. Y su combinación de colores es simplemente perfecta: amarillo, blanco y verde. Las demás me parecen como de laboratorio, como perfeccionadas, destiladas, talladas para resultar más hermosas. La margarita tiene su punto rudo, su punto camp –todas sus reminiscencias hippies- y creo que a nadie se le ocurrirá nunca manipularla genéticamente como a las otras, para hacerla azul, o morada, o tornasolada, es demasiado normal, está en demasiados campos como para preservarla. También es algo vulgar, y eso me gusta.

Voy todas las semanas al hospital dos veces, y allí hay una planta que me gusta bastante. Es casi un árbol. Dos troncos gordos con alguna ramita y hoja suelta. Es exagerada, pero parece que no necesita mimos y eso me gusta. Al fin y al cabo vive en el sitio más deprimente del mundo. Y no la veo decaer. Si me entrara en el coche me la llevaría. Bueno, tampoco, porque no podría con ella.





          jueves, marzo 25, 2004

 
Mi relación con Goyo
Me da cantidad de morbo escribir esto porque en estos momentos él está en casa, pasando unos días con nosotros. Pero es 100% improbable que lo lea. Los blogs le son bastante indiferentes. Llegó el martes por la noche, en tren. Tan independiente como siempre. Se le podría soltar en medio de Tokio que encontraría la salida. De hecho debería presentarse a la selva de los famosos: es el perfecto superviviente. Llegaría, le daría igual todo, la suciedad, el frío, los insectos y todo eso. Le podría agobiar la gente porque ese es su punto débil: normalmente no la soporta. Y te lo hace saber. Una conversación normal con él es una letanía de cosas que a él le resultan extrañísimas de los demás. No es que sea cotilla, es otra cosa. No sé como definirla. Incredulidad quizás, pasmo ante como son las personas.

Él es junto con reanimator mi amigo de la facultad. De hecho fue el primero. Llegué, le vi. Era probablemente todo lo contrario a mi en muchas cosas. en otras supongo que no, porque entre nosotros todo suele ir como la seda. A veces porque nos queremos de veras, y estamos cómodos y somos afines. A veces porque nunca se llega a la encrucijada de los problemas, de las decisiones trascendentes. Así ha sido siempre y así será. Él lo prefiere así.

Es una especie de geniecillo oculto, cuanto más se le busca más se niega en ser descubierto. Prefiere estar en un desahogado segundo plano. Él figura en la letra pequeña de los créditos. En los agradecimientos, en las colaboraciones. Algo en su carácter ahuyenta la responsabilidad. Quizá está buscando la circunstancia propicia, la que verdaderamente le corresponda, y no la de otros. Quizás no necesita este tipo de estímulos, de retos, donde se dirime el ego y el orgullo y el afán de visibilidad.

Cuando le conocí me propuse copiarle –como hago con todos, cuidado: soy una esponja- sobre todo en música. Tenía discos de Claustrofobia, era medio siniestro, tenía un disco fabuloso de Los Coyotes. Me grababa cosas que yo oía con sus oídos, porque los míos aún no estaban educados. Su buen gusto en arte es proverbial. Reanimator y yo lo tenemos sobrevalorado, una palabra suya, un juicio puede dar la vuelta a nuestras convicciones. Es una persona fortísima a pesar de sus complejos e inseguridades físicas. Supongo que siempre ha sido el raro de todos los sitios, el especial. Debe de estar acostumbrado. Nunca pide ayuda. Es inteligentísimo. La clase de persona que no necesita probar algo para saber que no le va, que extrae conclusiones sin vivir situaciones, que lee como con rayos x, sin tener que abrir los libros, sin tener que esperar al final.

No sabes si no te cuenta lo que le pasa de veras, por dentro, o es que realmente lo que te cuenta es todo lo que le pasa. Siempre he creído que tiene un doble fondo, secreto, que en algún sitio hay un Goyo algo más desnudo e indefenso. Una colección de cartas desconsoladas, de poemas inconexos, de refugios destinados a su corazón. Un diario abstracto, ininteligible, desastrado y algo sucio. Con dibujos y esbozos y anotaciones y trazos y alguna fecha y muchos borrones y algún roto en algún día. Pero a veces me da por pensar que en realidad está por encima de esas tonterías, de pasarlo mal y todo eso.





          miércoles, marzo 24, 2004

 
Mi relación con las mujeres
Siempre digo medio en serio medio en broma que entre hombres y mujeres no es posible la amistad, sólo existe atracción, galanteo, sexo y por supuesto amor. Mi amiga a se indigna pero en mi –casi- se cumple, cuando una chica me interesa sin duda también hay algo físico, una esperanza que no se cumplirá, un flirteo a medias, un lenguaje corporal distinto a la coreografía que ejecutas con tu pareja. En resumidas cuentas, yo de casi todas mis amigas me enamoro un poco. O mejor, sino me gustan un poco no son amigas mías. Por lo que, como corolario, acabo pensando, no tengo amigas, tengo posibles novias.

Joder soy súper enamoradizo, porque también me he enamorado alguna vez de algún hombre. Pero en este caso nunca hay cerdadas por medio.

Un caso especial es el de las novias de mis amigos; de esas, salvo alguna rara excepción, me enamoro aún más. Pero debe de ser un amor de champán barato, del Dia, de explosión de burbujitas porque también soy capaz de mostrar por ellas al poco bastante indiferencia, y dejarme de parecer guapas y encantadoras y afines y todo eso que hace que un hombre se obnubile. Pero no sé relacionarme con ellas a otro nivel, no sé como se es amigo de una chica sin fijarte en ella físicamente, en cómo se viste, en su cuerpo, en cómo piensas te mira a ti, sin pensar si le pareces guapo.

Si alguna vez alguien quiere parecer equilibrado, que no escriba un diario. Es como pensar en voz alta. Todos estamos como una cabra.




          martes, marzo 23, 2004

 
Mi relación con el teléfono
La semana pasada pasó una cosa muy graciosa. Aparco en el centro, en el parking, diez menos diez de la mañana. Llego diez minutos antes, cosa rara. Así que voy caminando tranquilamente hacia mi cita de trabajo. Cruzo la acera para ver una tienda moderna que tiene zapatillas adidas impresionantes. Las miro, me giro, y veo que, en el local de un antiguo telepizza, en pleno centro de Vigo, están montando un Bancaixa. Me entra una emoción, que estúpido emocionarse por un banco me digo, son unos cabrones y eso. Pero bueno, es donde tenía mis pelas en valencia, es cierta tipografía, cierto azul turquesa, naranja… marcel proust. Entonces hago lo que se supone que yo no hago. Tan natural. Llamo a mi casa, pensando bueno, me cogerá mi madre con suerte. Pero no, me coge mi padre, cosa rara. Se lo cuento mientras miro, tapándome la luz con la mano, apoyado en la luna de cristal gigantesca, el interior. Sobre todo porque cuando vienen a verme, a veces casi un mes entero, como no tienen tarjeta, se traen toda la pasta encima, y yo sufro mogollón pensando que la van a perder o algo. Le gusta la idea. Cortamos rápido, como siempre.

Al cabo de los días viene fingus, se lo cuento y me dice ya lo sabía, llamaron mis padres extrañadísimos de mi llamada, diciendo “qué raro, debe de estar muy contento”. Saben de mi aversión al teléfono, saben que nunca llamo porque sí, que cuando lo hago es por algo. Deben de ser tan pocas mi llamadas que las que hago se descifran, se analizan, como en clave. Cada palabra, cada tono, mi respiración, debe de ser para ellos un indicio, un signo de mi estado de ánimo, de cómo va todo. Allí, a mil kilómetros.

Mi fobia al teléfono se remonta a la niñez, o sobre todo a mi adolescencia, cuando mi tartamudez me devastó por completo, cuando me apartó –quizás para siempre- del mundo. En esa época hablar para mí suponía un enorme esfuerzo, que se agravaba aún más cuando por medio había un aparato. Telefonillos de portales, micrófonos. Sonaba el ring ring y enmudecía, no era capaz de emitir sonido. Al cabo sí, y luego ya me soltaba, pero el daño estaba hecho. Mi patología no era física en su mayor parte, sino la expresión de un carácter difícil, cierto tormento interno, de la incomunicación. Con los años se ha ido solucionando, supongo que ciertos tics serán mi seña vitalicia, pero a día de hoy es sólo un inconveniente que guarda más relación con el pasado que otra cosa. Un mal recuerdo sobre el que echo paladas de tierra cada día. Gracias, c.

Pero es evidente que también era la manifestación de incomodidad ante un medio. No es que no soporte hablar por teléfono, a veces incluso me gusta, sobre todo por el móvil, dando vueltas y eso. Es sólo que no le cojo el tranquillo. No se qué merece una llamada y qué no. Me planteo demasiadas cosas antes de llamar a alguien. Sobre todo a su casa. Porque interrumpes su vida, te metes en ella, sin permiso. Porque un segundo antes de oír el timbre no sabes que estará haciendo, no sabes que cara pondrá, si cogerá el auricular con ganas o con desagrado, o con apatía, o con temor por si es cierta persona.
Además, no sé hacer llamadas improvisadas, no sé hablar por hablar. Soy antinatural. La gente charla y pasa de un tema a otro, marca como por inercia, sin un guión previo, quizás hasta sólo mecánicamente, hasta sólo por saludar, por decir hola, qué tal.

Desde aquí pido perdón por todas las llamadas que no he hecho, que me han hecho parecer frío y desapasionado. Por todas la situaciones confusas que se podían haber abortado con un telefonazo y he dejado correr. Por todas las circunstancias en que eran necesarias y me he escabullido.
Pido especiales disculpas a toda mi gente de Valencia. A mis amigos, familia. Con ellos se une otra razón. Me tengo que proteger. Tengo que vivir. No puedo vivir en dos sitios. Cada voz, cada contacto pone en marcha una serie de revoluciones internas que no quiero atender, que dificultan mi día a día. Prefiero pasar por borde que pasarlo mal.
Vivo aquí, probablemente para siempre. Eso es un hecho inamovible. Y ni toda la saudade del mundo va a cambiarlo. Quizás sea mejor así. Nunca lo sabré.





          lunes, marzo 22, 2004

 
Mi relación con mi perra
Duerme en el garaje y pasa el resto del día fuera, en la caseta.
Por la mañana le abro la puerta interior, se despereza, come, bebe y le hacemos alguna carantoña. Son las ocho menos cuarto. Mientras c se ducha y yo enciendo los ordenadores, ella mira el paisaje desde la galería, parece que se prepara para el nuevo día. Está elegantísima, absorta.
Subo desde dentro la puerta del garaje, ella sale ya disparada. A olerlo todo, a ver si algo cambió por la noche, si hubo rocío, si lo que escondió o el hueco que está excavando siguen en su sitio. Husmea bajo la puerta del vecino y saluda a sus perros, que le ladran un poco, tampoco mucho, saben quién es. C se marcha con el coche.
Muchas veces coincido con tres chicas que bajan hacia el instituto, hacia el bus. Parecen la hija pequeña de los serrano. Yo voy en bata y llevo los pantalones del pijama metidos en los calcetines, tipo bombacho, para que no se me mojen con la hierba y el rocío. Afortunadamente, ellas ni me miran. Sólo debo de ser un señor, un padre, con casa.

Por la noche, sobre las 10, la meto en casa. Entra como una centella. También controla que todo está en orden. Come y bebe y se tumba a nuestro lado para lamer nuestros yogures o alguna miga o resto.
A las 12 y pico, cuando me acuesto, la saco a mear. Me gusta ese momento. Todo está en calma, suelen haber estrellas. Desde hace un tiempo, yo también meo con ella. Todo está oscuro, pero alguna vez pasó algún coche. Una vez, el vecino me alumbró pensando que era un ladrón. Siempre que estoy meando pienso que igual donde cae no volverá a crecer la hierba, se quemará, saldrá una roncha, como los dibujos éstos de los trigales que se creen hacen los ovnis. Mi pis debe de ser muy corrosivo, cancerígeno. No quiero que me lo analicen. También de vez en cuando me suelto algún pedete.




          domingo, marzo 21, 2004

 
La verdad es que esto de los blogs es el típico rollo
que no paras de pensar en para qué sirve. Periódicamente vuelven las dudas; hasta cuando seguiré? Porqué lo hago? No debería tratar de solucionar mis problemas de otra manera? Porqué la gente me lee? Porqué sigue pasando por aquí si yo apenas visito otros, si apenas hago ningún comentario? No ha dado ya esto todo de sí?
Pero todo esto convive con sensaciones muy gratas: haber conocido a personas, haber dialogado o polemizado con otras, haber intimado de manera diferente con los ya conocidos, haberme mostrado tal cual en muchos temas que o no he querido o no he sabido expresar antes, en persona. También con días en los que un comment, o una línea de algo que has escrito te da el aliento y te hace ingrávido y piensas voy a seguir haciendo esto siempre, va a evolucionar conmigo, no quiero que sea una moda. Y piensas en quedar de una vez con willy y hacer eso que pensamos en común, o en que se aproxima agosto, mi segundo aniversario y a ver que hago, si hago selección de comments y premio al mejor como el año pasado. En fin, supongo que así es un diario. Irregular, indefinible, caótico: una ruleta rusa. Es inútil marcarse un marco conceptual, unas pautas, uno se acaba mintiendo si lo hace. Soy de la opinión que un blog es para tirarse un poco sin paracaídas, o al menos para aguantar más allá de lo sensato sin tirar de la anilla. Para ir un punto más de donde nos mantendría correctos, equilibrados, cool, en nuestro sitio. En tierra firme.

Toda esta semana he tenido innumerables ideas para postear. No he hecho ninguna. Al final había decidido hacer una especie de resumen semanal. Pero sería muy largo y ahora estoy cansado, me voy al sofá. Prometo hacerlo en breve, además si lo hago por entregas parece que escribo más y me hacéis más visitas, y no pensáis que estiro los posts o las polémicas porque soy un vago. Es sólo que estoy cansado, fingus y libby se han ido, estoy algo deprimido. Voy a emborracharme de televisión. Quiero que ya sea mañana y estar algo repuesto.

Archivo. Guardar. Archivo. Salir. Especial. Apagar equipo. Hasta mañana.




          martes, marzo 16, 2004

 
Alegría
El lunes me levanté exultante. Bajé a correos a las 8:00, mandé dos paquetes a Coruña. Compré cuatro periódicos. Los llevé a casa. Ya están aquí Fingus y Libby.

Tenía la sensación algo tonta de flotar, como de quitarme un peso de encima. Como de haber salido de una pequeña cárcel, de una pequeña dictadura aceitosa, apelmazada, negra. 8 años de oscurantismo cultural, de intoxicación mediática, de mediocridad absoluta, de despilfarro, de pelotazos inmobiliarios, de pasos atrás –bajo una pátina de desarrollo. De pasos hacia el vacío moral. Han sido los años en los que hemos visto crecer la desconfianza en nosotros como un cáncer, en que la ingenuidad se ha ido retirando como una ola cuando muere en la arena. Los que crecimos con el mandato del psoe -los que pasamos la treintena- nos acostumbramos a cierto estado de cosas, a cierto grado de libertades, a cierto estilo, a cierto tono, a cierta clase. Todos hemos visto año a año embrutecerse el país, empobrecerse, hacerse dañino moralmente el sobrevivir. El tiempo pondrá a cada uno en su lugar, y no tengo duda de que los años oficiales de la incorporación a la primera velocidad acabarán en los manuales de la historia como los años de la bancarrota, de la especulación financiera y el desastre diplomático internacional. Años en los que hemos acabado siendo una isla, tan lejana a Europa que duela a la vista, tan perrito faldero de Estados Unidos que la rabia te pudre por dentro.

Pronto aparecerán, cuando se abran los cajones, como en cascada, escándalos de corrupción que harán mirar con simpatía y cariño a Roldán y al hermano de Guerra. Nunca se llegará al fondo, parte del juego es ese, el equilibrio de culpas, porque si se hiciera se vería como durante ocho años todo se ha hecho en función del puto dinero.
Cómo se ha empobrecido la educación y la sanidad pública, la televisión pública, como lo público ha quedado reducido a un esqueleto incapaz de soportar el peso de un país.
Planes hidrológicos e inmobiliarios con el único fin de convertir este país en una mera escala para horteras, jubilados y congresistas. Un país de servicios. El tipo de sitio que no se toma uno en serio, que no funciona, simplemente va para adelante.

Nos queda ver cuánto de esto es borrable, eliminable, cuánto se ha adherido, cuánta vuelta atrás se va a poder –o estar dispuesto a dar. Zapatero tiene un reto: volver a ser cómo éramos. Tornar lo indigno en mediocre. Volver a la normalidad.




          domingo, marzo 14, 2004

 
Ayer
Trabajé mucho, como toda la semana. En algo sobre mí mismo, lo cual me incomoda. Se trata de dar una definición sobre uno en dos hojas, sobre su trabajo. Lo odio, y eso que es lo que suelo hacer –con gusto- con los demás; acotarlos, decidir, dejar cosas fuera, hacer jerarquías, intentar ser estricto y no redundar en conceptos, economizar gestos –en fin, diseñar, resolver un problema de comunicación.

Por la tarde era la manifestación. La verdad es que no hicimos mucho por ir. Es cierto que teníamos una cita médica más o menos ineludible. También que se hubiera entendido nuestra ausencia. Pero el verdadero motivo no era ese. Creo que c y yo no podríamos desfilar sabiendo que hay un gran bulo, o una gran infamia –como tituló ayer la voz de galicia, que se la jugó entera a una carta: INFAMIA, no “llanto”, no “desastre”, no “masacre”, no comunicación emotiva. Hiceiron comunicación directamente política. Dijeron infamia, en mayúsculas y extrabold y de lado a lado, a toda plana. Y en el subtítulo remataban: Atentado de Al Quaeda en Madrid.
Hay un engaño en el aire, la sensación más que nunca de que se nos oculta la verdadera información. Un compañero de c, profesor de inglés directamente se puso a ver todo el conflicto por la BBC y las hipótesis que se manejan no tienen nada que ver con nuestras verdades oficiales nacionales.
Sé que las víctimas merecen que yo las honre, que la ciudadanía se manifieste, pero sentiría que se nos está tomando el pelo. Hay algo más importante –si se puede decir esto de algo en comparación con una vida humana- que dilucidar, que aclarar, que auxiliar. Se trata de saber nada más y nada menos si nuestro gobierno está o no directamente implicado en este atentado. Y si lo está y está ganando tiempo hasta que llegue el domingo, para que no vire demasiado la opción de voto. Desde aquí pido que esas elecciones no deberían celebrarse, que no sólo hay que suspender la campaña, sino también los comicios hasta que no se aclare todo. El país está en estado de colapso, cualquier resultado electoral está amañado.

Por la noche estuvimos con nuestra pareja revitalizante favorita y una amiga, cenando porquerías rebozadas, hablando de dietas revolucionarias y anécdotas de juventud. Luego los dejamos y entramos al cine. Vimos 21 gramos; no me gustó nada. Me pareció tramposísima, un telefilme de qualité, con buenos actores y un sentido del montaje posmoderno. Nada más.




          jueves, marzo 11, 2004

 
Lo natural
Un amigo me dijo hace tiempo: si meto yo la mano, sé que queda perfecto. Estábamos discurriendo la manera de hacer una pieza, una escultura. Bueno, se trataba de fabricar un bollo que saliera del suelo, como si fuera una ampolla de esas que salen en los dedos, en la piel. La cosa, o quedaba perfecta, real, o no cumplía su función, no podía quedar tosca o con rastro de manufactura alguno. Me he acordado innumerables veces. Él lo decía con ese tono de broma que se adopta para rebajar la petulancia, con esa ironía que sirve de tamiz para las cosas en las que uno realmente cree, pero son por eso mismo difíciles de decir. Yo desde luego le creí a pies juntillas; él, aparte de ser capaz de casi cualquier cosa con sus manos era un gran comunicador.

Me gustaría haber nacido con una habilidad natural. Como él, como otros. Algo firme sobre lo que apoyarse. En las películas de siniestros, siempre hay alguien que asume el mando y siempre hay alguien que sabe hacer algo. Esos son siempre los que salvan al resto. Yo, sin victimismos, no tengo ninguna capacidad que me haga especial. Probablemente no se pueda, sensatamente, confiar en mí. Quizás porque mi cualidad más natural sea una anti-cualidad, la inseguridad. Trabajo de diseñador, pero, salvo en las cosas sin importancia que soluciono de oficio, antes de cada encargo sólo veo problemas, pienso que no soy capaz.

Quizás con este diario estoy recordando que si he hecho algo desde siempre: pensar como escritor. Con letras, comas, intros, nudos, desenlaces, pausas enfáticas, trucos, guiños, citas y todo eso. O sea, lo antinatural. Morrissey decía que de adolescente era incapaz de comunicarse de una manera normal porque componía las frases a la manera de la literatura, lo cual le hacía odiarse a sí mismo por pretencioso, lo cual le hacía ridículo. Creo recordar que acudió a una cita, llamó a la puerta con un ramo en la mano y que había pensado y pulido lo que iba a decir mil veces. Cuando la persona abrió, él no recuerdo si fue o no capaz de soltar el ripio, pero se dio media vuelta y escapó, corriendo, avergonzado.

Así que soy fan de lo desenvuelto, de la destreza, de la seguridad, de la perfección. Una afición no inofensiva, desde luego.





          domingo, marzo 07, 2004

 
La mayor decepción del mundo
Es cuando alguien te falla. Cuando alguien sobre el que te habías forjado una idea extremadamente concreta no sólo no responde a ella –ese es el proceso lógico- sino que su comportamiento es antagónico a lo que su obra, sus manifestaciones, su vida –hasta donde creías conocerla- parecía sugerir. Sabido es aquello de que es mejor conocer a la obra que al artista, que en persona las celebridades suelen ser epatantes un rato e insoportables el resto, para los que conviven con ellos. Yo no hablo de pretender –no soy tan ingenuo- hacerte amigo de Nick Cave, Sophie Calle o Michel Houllebecq. Me refiero a gente –muchas comillas- como nosotros, algo más a pie de calle, sólo unos peldaños por arriba, que a veces nos parecen tan pocos que tenemos el anhelo de abordarlos, que alguna vez soñamos intimar.

Antes tenía una regla: si alguien tiene determinados gustos –no sólo culturales- no puede ser mala persona. No os creáis; el canon, la pauta estaba afinada (supongo que, estúpidamente, a mi imagen y semejanza, sí, creo que sí, porque yo entonces me consideraba buena persona). Era una jodida carrera de vallas, campo a través, surcada de espejismos y socavones. En realidad supongo que lo que entre líneas dictaba esta máxima era: yo soy un alma gemela de aquel al que le guste esto.

C se reía de esto cuando se lo contaba, al inicio de nuestra relación. Pero yo seguía creyéndolo. Pensaba para mí, acabará dándose cuenta. También pensaba que mi obsesión por la apariencia de la gente como definitoria de su personalidad era ridícula; hoy casi la supera.

Hace unos años mi sofisma se rompió en mil pedazos. Conocí a dos personas que cumplían todas las premisas, que saltaban todos los obstáculos, que tenían la cualidad añadida del aura, pues hacía con su vida cosas que yo querría hacer: autonomía, nomadismo, autogestión, independencia. Hubo un contacto tan prometedor que hicieron estallar todas las presas y barreras. Danger.

Siguen haciendo cosas que me gustan mucho.
Pero eran dos hijos de puta.





          viernes, marzo 05, 2004

 
El otro Bustamante
Se llama Julio. Es de Valencia. Debe de tener 50 y algo. En los 80 tuvo un grupo con Remigi Palmero, hacían cosas novedosas sobre todo porque estaban cantadas en catalán. Luego ya ha marchado siempre en solitario.
Lo vi una vez tocar. Era la entrega de premios anual de la cartelera Turia. El cartel era él, alguien que no recuerdo y Malevaje. Yo iba con los modernos de la clase, era en primero de carrera, y no sé porque, durante esa temporada el grupo que había que oír era Malevaje. Supongo que alguno de los líderes llevaría una cinta a clase, mientras pintábamos. A mí me llegaron a gustar mucho, y a través de ellos llegué a Gardel. Su show, desde luego, era muy bueno. El tipo tenía la mejor pinta posible. A mi pandi les chifló, a mi también, pero no me atreví a decir que lo que más me había impresionado era el chiflado que había salido antes, mientras ellos hablaban y bebían y hacían por pasarlo bien. No hubiese sido nada sofisticado por mi parte y yo quería tener amigos, no ser un freakie. Lo que hacía Julio no se podía ver bajo ningún prisma tendencioso como actual, ni moderno. Seguramente era demasiado normal. Canciones de toda la vida. Un cantautor. Huyamos.

No volví a saber nada de él, de sus discos. Creo que ni siquiera los tuvo durante los 90. Eso sí, a él me lo crucé innumerables veces. Formaba parte del paisaje de la noche del Carme. Entrabas en un sitio y allí estaba, en la barra, charlando amigablemente, seguramente con un fular de esos que se deshilachan, seguramente con una cazadora de ante con manchas de quemaduras, poco pelo, alto, desgarbado, alguna vez sombrero tipo Elliott Murphy, la cara y las manos marrones de la hierba y el costo, todo él era un canuto gigantesco, bien liado, añejo. O salías de La marcha y allí venía él, silueteado, a contraluz por algún coche. Amigable, un bon vivant. Daba la impresión que se pararía a hablar conmigo si le dijera algo, y me invitaría a beber, a fumar y a quedarme unos días en su casa. Es de ese tipo de gente que nosotros no pudimos ser. Nosotros ya crecimos desconfiando de la libertad, de la apertura. Para ellos fue la conquista, su trofeo, y no se cansarán nunca de paladearla, por muchas traiciones y desengaños que tengan.

Luego me fui. Todo ese invierno, mi primero en Galicia, bastante duro a muchos niveles, pero soportado con una fuerza que ahora ni sueño tener, estuvieron poniendo en radio3 su regreso, una canción memorable llamada Hablando de Van Morrison. Se convirtió en mi favorita, compré el disco medio a hurtadillas, porque era lo que era y porque era carísimo –era un disco libro de El Europeo-.
Y en ese verano fui a una fiesta de un ex-compañero, a su piso maravilloso, con una terraza justo debajo del Micalet, bañados por su luz, rodeados de derribos y rehabilitaciones. Con grandes bandejas de comida, bebidas y un tipo que de repente hacía pasos de danza contemporánea, y ese aroma mediterráneo que siempre persigue y tan mal refleja Bigas Luna. Allí, entre la chavalería plurinacional, pululaba él con una naturalidad acojonante. Seguramente habría ido sólo, o sería conocido de alguien que iría para allá y entraría y se pararía a charlar con el primer grupo, y luego se haría un peta y lo pasaría y se olvidaría y se iría a mirar por la ventana o le diría algo a nosequién. Vida expansiva. Yo estuve a punto de decirle que era mi canción favorita en ese momento, pero bueno, otra asignatura suspendida. El pudor.

Al año siguiente presentamos nuestra revista en un local de la bohemia valenciana. Antes, se presentaba un libro de poemas, y en primera fila estaba él codo a codo con Alfons Cervera, ídolo de mi padre, columnista del Levante y escritor, un cruce entre Vázquez Montalbán y Rosa Montero, al que le plagió Armendáriz su libro de los maquis para la –horrenda- película Silencio roto.
Justo en el momento en que nos preparábamos nosotros, subíamos a la mesa nerviosos y cortados, ellos se levantaron con naturalidad y se fueron, charlando. Nula curiosidad. Era normal, que tendría que ver mi engendro pseudomoderno con él?. De hecho, lo raro debe de ser que a mí él me atraiga. Algo debe de fallar en mí. Cómo puedo compatibilizarlo con los Strokes, o con Hidrogenesse? Y con Boards of Canada? Estoy bien? Cómo puedo hacer mío y llegarme al corazón un texto como éste?, que habla de unos recuerdos que no he vivido, como se puede sentir nostalgia de lo no visto, de lo no sentido. Se ve que en mi la nostalgia es un vicio crónico. O quizás porque se atreva a decir cosas tan naif, encantadoras, sin complejos y demodé como libertad por un tubo.


Hey, Van Morrison Van Morrison, Van Morrison… me recuerdas la felicidad, la felicidad.
Hey, Van Morrison Van Morrison, Van Morrison… me recuerdas las chicas de mi edad, de mi generación, my generation babies…
Y los niños abrazados a las piernas el domingo en la cocina esperando el arroz, esperando el arroz…
Cuando cierro los ojos aún puedo olerlos, tocarlos aún, olerlos aún
con la punta de los dedos, con los brazos del alma: acariciar sus cuerpos, bañarlos en besos…
quisiera soñar y soñar, y no despertar, y no despertar.

Hey, Van Morrison, Bobby Dylan, Camarón-que-te-vi...
Me recuerdan la libertad total, la libertad sexual, la libertad-libertad.
Cuando la gente vivía sin miedo a lo que le pudiera pasar, lo que pudieran hablar
cuando la CIA ni el SIDA nos podía parar, no nos podían parar,
y todo era vivir al día
y poder amar con tal y con cual, y con cual y con tal, y sha-la-la-la baby...

Ahora vivo sólo, Van Morrison y lo mejor, lo mejor es no saber, no saber
lo que el día traerá, lo que la noche traerá… que si gente de La Mancha,
Aragón o Milán, de Altea también, Macarella Sweet Home, del norte y del sur...
Los del norte vienen a tomar el sol, a quedarse aquí, a vivir aquí.
Los del sur vienen corriendo con el alma en la boca, huyen de Hassan,
sanguinario Hassan, el cabrón de Hassan,
y todos vienen buscando el buen tiempo, el Mare Nostrum, la libertad, libertad.
Oh, yeah.

Yo he de irme de aquí, yo he de irme de aquí; está escrito en el viento,
pero te llevo dentro, en el corazón, te escribiré, ya verás, lo verás, lo verás...
Mi amor se llama Marijuana, Soledad-Libertad, Libertad-Soledad,
Soledad por un tubo, libertad por un tubo y sha-la-la-la...
y Van Morrison, Van Morrison, Van Morrison me recuerda la felicidad, la felicidad, la felicidad...