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          domingo, noviembre 30, 2003
 
El producto
Hoy, duchándome, enjuagándome el jabón del cuerpo, al poner el pie punta abajo para que resbale la espuma, ha salido de él un pequeño código de barras. Ha dado un par de espirales en el agua y se ha alojado en el desagüe.


   

 
Apertura
De joven se piensa que los problemas son individuales, únicos e incomprensibles. Es el sino de la adolescencia, ese sentimiento de insularidad frente al mundo. Uno dice "no te lo puedo contar porque no lo entenderías". Luego viene la autoaceptación, en mayor o menor grado. Se toma consciencia de que hay gente más desgraciada que uno -para descubrir en una siguiente fase que todos somos igual de desgraciados- y se termina vislumbrando el verdadero problema, que acarrea consigo la solución. No hay islotes y tierra firme, no hay planetas y satélites, todos y cada uno somos asteroides rodeados de vacío, a la deriva, formando constelaciones caprichosas, fugaces, en movimiento.
En ese punto uno debe caer en la cuenta de que todos los mundos personales tienen el mismo grado de intimidad e indescifrabilidad, y de grandeza/ridículo/miseria/interés, y que por tanto son, en potencia, compartibles por cualquier interlocutor. Al menos en la medida de no dejar que nos impongan el suyo. Entonces uno se abre. Cuenta, airea, se desnuda. Con un cierto aire en las velas de desesperanza, de "total, que más me da ya". Qué más da mostrarse débil, vulnerable, caprichoso, engreído, frívolo, egoísta, autoritario. Ya voy a ser así, ya no hay que fingir ser mejor persona, ya no hay más que camino hacia delante, no hay retorno.
En ese punto la gente se libera -y cambia de trabajo, se deja el pelo largo, enseña una teta en una fiesta, se divorcia, vuelve a beber o a drogarse, confiesa su homosexualidad, corta con su mejor amigo, empieza a hablar en las reuniones, airea sus opiniones, comienza a soltar lastre.
Luego no es seguro que se sienta mejor, de hecho es una experiencia tan abrasadora que suele dejar secuelas. La mayor, la adicción. Cuando uno se da cuenta de que puede contar su mundo -e imponerlo-, se le coge el gusto al exhibicionismo. Entonces uno o se vuelve un charlatán o abre un blog. O ambas cosas.





          viernes, noviembre 21, 2003

 
Entresemana
Voy a contar lo que me ha pasado esta semana. Es mi forma de hacer un post sobre cosas que debería desarrollar por separado. Pero así queda más conceptual y menos aburrido. Es el típico post que se lee super rápido porque las cosas están enlazadas, sin puntos y aparte y el verdadero sentido es el magma que se desprende del conjunto, así que no reparéis en incoherencias o saltos de tiempo, lo que pretendo es, repito, algo genérico, conceptual, y humorístico. A ver qué tal. El domingo me indigné con una cosa que leí en mi revista favorita, estuve la mitad de la semana depurando mi ira para canalizarla en algo más elaborado y menos candente, pero al final he decidido reseñarlo sólo aquí y de forma críptica y entre líneas. Se trata de unas manifestaciones de un tipo que me impresionó hace tiempo, que ha sido uno de mis referentes y que he decidido que, definitivamente, es un capullo. Hubiera sido mejor no conocerlo. Luego vi la pelota vasca como ya sabe mi legión de lectores. Llega el lunes y como siempre espero el feedback de comments, es tal la alegría que me da el contacto con la gente que renuevo mi ilusión por el blog. Compruebo encantado -por primera vez- que una entrada mía provoca buen rollo y buen humor. Es mi historia en la peluquería, al parecer de las más celebradas. Acabo el libro de John Cheever. Mi amor incondicional por la editorial emecé, o por esta colección, no se si tienen otras. Son tan bonitos, tan envolventes, que papel, que tipografías e interlineados, un camino a seguir. De Cheever decir que remontó el vuelo, pero uno diferente al que imaginé leyendo -insisto- su primer relato, de los más antiguos, una maravilla cantidad de deprimente. Tiene otra línea de relatos que son impresionantes casi como ejercicio más que como argumento. Parecen escritos completamente borracho, en trance, son como un trip pero de andar por casa. No esperéis viajes lisérgicos u oníricos, es un rollo tipo (argumento de uno de ellos) un hombre vuelve a casa en avión de un viaje de negocios, tiene un accidente aéreo pero no les pasa nada, aterrizan en un descampado pero con taxis los llevan a la ciudad y consigue coger el tren habitual de vuelta a casa. Llega a la misma hora de siempre pero acaba de pasar un trance de muerte, se encuentra una batalla campal de sus hijos y a él no le da tiempo a contar lo que le ha pasado, discute con su mujer, abnegada ama de casa que ese mismo día acude a un casting para una obra de teatro como movida por una fuerza interior desconocida. Se trata de una obra nudista donde los actores follan en escena, se desnuda por primera vez en público para la entrevista y se siente como nunca, liberada, consigue el papel pero para ella es todo normal, quiere seguir con su vida y sus hijos. El marido se divorcia no porque haya cambiado su relación sino porque no puede aceptar que su esposa salga desnuda en una obra de teatro. O el memorable relato del nadador que vuelve a casa cruzando a crol todas las piscinas del barrio, en vez de andando, atravesando jardines y picnics y tomando copas en cada casa. Como soy así de anormal, en paralelo y a partir del martes me empiezo a hundir como un cerdo. Decisiones laborales, la dichosa ética por enmedio. Qué sencillo sería todo siendo amoral. El miércoles voy a la inauguración de la expo de empanadinha y lg, mis amigos fugitivos ya retornados. Llegamos, y recorremos los primeros 20m del museo en tres cuartos de hora; a cada paso, como un ballet, damos besos y saludos y fingimos y somos guais y hablamos efusivamente con mogollón de júbilo de estar en un mundo que nos tiene como elegidos entre las élites culturales. Es la liturgia de estos actos. Busco alcohol, lo necesito para ser locuaz y no poner cara de perro. Ya se lo han bebido todo. De la exposición diré que se enmarca en este tipo de colectivas actuales en las que se busca un pretexto, un leitmotiv lo más delgado e inmaterial posible, para que quepan obras que en su momento -la mayoría- no tuvieron ese fundamento ni esa razón de ser. En este caso es el mar, pero puede ser la indisciplina, la reunión colectiva o los tópicos gay. Los resultados siempre son lo mismo: esa mirada difusa, yuxtapuesta y poco esclarecedora del arte más in-útil. El favorito de nuestras clases dirigentes. Ha sido la semana de hacer algo que se hace cuando no se tiene/quiere hacer nada. Mi papelería. No hay nada que menos me guste que diseñar algo para mí mismo. Porque uno está solo, frente a frente, y no tiene un referente. No tiene un cliente como horizonte para calcular el riesgo, hacer algo estratégico del tipo que le guste yendo un poco más allá de lo que él haría (mi especialidad). Otros diseñadores -los famosos, los influyentes- dejan su huella, su firma. Yo intento mejorar las cosas ya existentes, no inventar. Soy super humilde. Bueno, pues me he debatido años y me he resistido porque se que cualquier cosa me acabaría cansando. Al final he hecho un rollo que más que minimal calificaría de sencillo e intemporal. Estoy impaciente. Ya está en imprenta. He prescindido de un logo que tenía para el estudio, con el absoluto rechazo de c, que le encantaba, porque dice demasiado de mi. Quiero funcionar a un nivel mucho más silencioso. Ayer paseamos por la tarde y compramos un regalo para mi madre. C la tiene idealizada en cuanto a modernez y me traía las cosas más modernas de zara, éstas que copian tan bien que son más radicales que los originales. Yo, que la conozco, me inclinaba por la facción señora-que-quiere-ir-bien-vestida. Al final, en plena discusión, saltamos enfrente a cortefiel y le compramos un jersey clásico pero de un color un poco chillón. Así consensuamos mi proverbial sensatez con el riesgo de c. Y así se acerca la navidad y es muy posible que no pueda ir a Valencia.





          jueves, noviembre 20, 2003

 
La senda vasca
Tarde de domingo viendo el documental del escándalo, La pelota vasca, de Julio Medem. Un nuevo Medem desde luego, o él mismo pero transfigurado, rebajada su aura de autor aparentemente al mínimo tras la pátina de verdad. En realidad, un trabajo tan alejado de su academicismo que acaba siendo extraordinariamente personal.
Desde luego había poca salida para Medem, él mismo se había encargado de llevar su trayectoria hasta un callejón sin salida. Lo que fue fresco -y a ratos muy grande- en Vacas, La ardilla roja o Tierra llegó a su perfección formal ?y comercial- en Los amantes del círculo polar. Película tan perfecta como obturadora de caminos, es como cuando grupos del tipo de Mercury Rev hacen discos del tipo Deserter?s songs: son instantes tan logrados que colapsan al autor, que marcan un punto de inflexión y hacen que deba considerar su futuro en otros términos, pues este camino concreto ya llegó a su cénit de depuración moral y estilística. Lo de Lucía y el sexo ya lo anunció bajo estos términos de barrido evolutivo; nada de eso, el resultado fue un pastiche salvado por sus habituales hallazgos, esta vez más anecdóticos que nunca.

En La pelota vasca si hay verdadera renovación. Cuando oí que había abordado este trabajo, no supe que pensar. Por un lado estaba el factor decisivamente positivo de su origen vasco pero por otro temía lo peor de su toque arty. Temía estilizamientos, juegos narrativos, piruetas circulares: su seña. Si hay algo de todo eso está, desde luego, fantásticamente arrinconado, admirablemente contenido. Desde luego ha hecho la película más sobria y austera que se le puede pedir. Pero quizás por eso mismo, es vibrante y verdaderamente emocionante. Una silla, unos rostros, unos paisajes abiertos, unas voces para un formato entrevista visto mil veces pero revisitado sutilmente. Pequeños gestos apartan a esta película de un mero documental: el encuadre, la presencia de una tipografía poderosa para los nombres de los entrevistados, y la sobrecogedora música de Mikel Laboa que sirve de puente emotivo.

El auténtico escándalo es que esta película provoque escándalo mediático, político, social. No hay en ella más que caminos abiertos, propuestas, análisis certeros, otros equivocados, todos desde luego dentro de la misma senda moral: la de la verdadera preocupación por el conflicto vasco. Es un escándalo las personas que no quisieron estar, quizás tengan miedo a exponer sus argumentos dentro de un entorno relajado, no envilecido por lo coyuntural y el maniqueísmo. Es un escándalo que el PP se haya negado a aparecer, pero es todavía mayor que Savater, Jon Juaristi, Agustín Ibarrola, que nadie de Basta Ya y del resto de asociaciones ausentes hurten al espectador, al ciudadano, de la exposición de sus fundamentos. Escucho a Savater diciendo que no pueden compartir el mismo espacio de diálogo que los violentos. Esa argumentación es tan absurda como que de llevarla a cabo no se podría dar un paso sin poder ser acusado de colaboracionismo. Todos estamos en el mismo marco, señor Savater, y es tarea de cada uno y de su presencia moral el saber desmarcarse. Además, a usted no le importa lo más mínimo compartir espacios, convenciones, cenas y vida social con el PP, que desde luego se compone de personas violentas y cuya ideología es favorecedora de la injusticia social, el belicismo y la mentira. Mientras inicativas como ésta sigan pareciendo escandalosas, mientras se demonice la equidistancia y el pensamiento dialogante de gente como Iñaki Gabilondo, Javier Sádaba, Fermín Muguruza, Odón Elorza, Javier Madrazo, J.J. Ibarretxe, Iñaki Garaikoetxea, José Mª Ardanza, Joseba Arregui y hasta Arzalluz, Txetxo Bengoetxea, Bernardo Atxaga, colectivos como Aralar o Elkarri. Mientras se censure este tipo de cosas la paz en Euskadi se va alejando cada vez más, inexorablemente. Como dice en la película el cura que participó en las negociaciones del conflicto irlandés, el primer paso de todo diálogo es reconocer que tu enemigo lleva parte de razón. Este es un paso moral que aquí, por muchas y variadas razones, no interesa dar.





          domingo, noviembre 16, 2003

 
La peluquera y Bahía
Oli es mi peluquera. Es la responsable del cambio de peinado más celebrado por mi entorno. En parte porque daba portazo -al fin, según todos- a años de melena (con el indefendible y antisocial epílogo de melena y barba) y en parte porque, reconozcámoslo, me queda bastante bien. Por todo ello por fin me he relajado y he dejado que otros piensen en mi pelo por mí. Oli se ha ganado esa consideración. Es el primer peluquero en el que confío, es una sensación gratificante. Sólo tengo que, al final, matizar algunas aristas fashion que ella piensa debo llevar. Por qué? Porque es lo que se lleva. Oli, me caes muy bien pero ya deberías saber que ese es el peor argumento para convencerme. Soy ese tipo de snob que intenta no ir del todo a la moda, a contrapelo, llevar cosas que a la vez pasen por normales pero sean modernas pero no las lleve todo el mundo porque tengan algo de riesgo. Por lo demás, Oli es encantadora. Me recuerda muchísimo a una amiga mía pero estirada en photoshop. Durante el primer cuarto de hora siempre me enamoro de ella cantidad. Ella habla y habla y yo la miro asintiendo pero no me entero de nada, sólo disfruto de su belleza y pericia con la tijera. Es inalcanzable pero no te lo hace sentir. Por el contrario, hay un punto de calidez y cercanía en su actitud que te hace por momentos concebir esperanzas. Es muy enrollada, habla exclusivamente galego, te da un masaje circular con el champú –seguro que oriental-, está super al día de cortes transversales, despuntados y rebajados y además hace capoeira. Está separada y tiene un hijo y todo el rato habla de buenas energías y me enamoro aún más de ella cuando se acuerda quien soy y las cuatro cosas que le conté la última vez.
Esta vez me contó su viaje a Bahía, Brasil. De pe a pa. Ya me había dicho que era su sueño así que nada más llegar le pregunté por ello y así pude dedicarme a observarla sin el temor de tener que hablar de mí mismo. Su periplo bahiano fue, por supuesto, nada convencional. Súper alternativo. Rollo mochila, sin nada programado, mezclándose entre los nativos. Para ella, a pesar de la miseria extrema, viven mucho mejor. Tienen otra espiritualidad y otro ritmo y eso para ella es muy importante. Me fijé que llevaba la típica cinta en la muñeca de Bahía. Para quién no lo sepa, es una cinta que se anuda tres veces, una por deseo, y cuando se te rompe o desata se considera que se te van a cumplir. Nosotros ya las llevamos hace años por una compañera de c y bueno, lo de menos es que te den realmente buena suerte, son bonitas y psicosomáticas, y eso ya es mucho. C quería otra desde hace tiempo así que le dije que lástima, te podía haber pedido que me trajeras una. Oli, al acabar, y sin decir nada, se levantó y volvió con cuatro pulseras, dos para cada uno. Ya pedimos deseos y ya las llevamos y ya nos sentimos algo mejor. Puede parecer que me río de ella pero no es así, la aprecio de verdad y me hace sentir agusto, habla demasiado pero eso a veces es de agradecer. Va por ti, Oli.


   

 
Marginales
Es el título del último mentalismo de Astrud. Podéis mirarlo aquí (3,2 mb, formato quick time). No soy muy aficionado a su faceta más ocurrente -más divertida, más iconoclasta, más de estar de vuelta. Prefiero sin duda cuando se dedican a hacer canciones que cuando hacen esa especie de metapop, de comentario sobre el género. Hay algo resabidillo en esa actitud que me distancia. Pero como enfants terribles desde luego no tienen precio. Electroclash antes de que fuera una tendencia, tecnopops con fundamento, son el cruce imposible entre Kraftwerk y Faemino y Cansado. Tienen la mala suerte de vivir aquí, porque su ironía y subversión de las reglas del pop no tiene nada que envidiar a estrellas del género como Jarvis Cocker o Luke Haines.

Marginales se suma a su larga sucesión de boutades: cantar una letra de Family con música de la pantera rosa, hacer Genís playback, mientras Manolo canta desde atrás, hacer como que se van pero sin irse y volver para los bises, jaleándose ellos mismos, parodiar la portada de las caras de los Beatles en claroscuro, amén de todo el arsenal de gadgets antitodo de su escudería austrohúngaro…guiños cínicos que a veces parecen la argamasa por la que siguen juntos, por la que soportan el negocio, la promoción, las giras y todo eso. Cualquier día de estos nos dirán adiós, se deben sentir demasiado solos e incomprendidos. Cada vez más amargos y a la contra, parece que los Astrud de su primer ep o de Tres años harto -su mejor canción y una de las mejores que se hayan hecho aquí- ya no volverán. Así pues, contentémonos con las travesuras conceptuales de estos Astrud de hoy, posmodernos hasta la médula.
Pero Marginales es una de sus más logradas provocaciones. Se trata de ponerse a tocar en la calle, con una flauta y un ukelele, su repertorio -para acabar con Moon River y jam sesion, dicen. El gesto tiene dinamita a manos llenas: se descojona de la industria discográfica, de la escena de la que son punta de lanza, de la crítica musical, establecida y alternativa, y deja a la luz que todo en realidad son convenciones, apariencias, que se valora más el desde dónde que el qué y desnuda toda la doble moral con respecto a la mendicidad, al arte callejero. Verlos y emitir una sonrisa helada es todo uno. Puede parecer una postura demasiado dandy, podríamos acudir a la reconfortante seguridad del juicio moralista y pensar que se están mofando de la pobreza. Quizás sólo en el caso de Bilbao -donde actuaron debajo de un puente- el gesto se les fue de las manos, pero en el resto de los casos queda evidente que la bomba tiene otros destinatarios. En Barcelona, donde se anunciaban como que tocaban en el BAM -sí, al mismo tiempo, pero en la calle- o en París, en este video, donde se colocaron justo enfrente de la mítica sala Olympia, la detonación alcanza unos niveles verdaderamente caústicos. Ya les gustaría a toda la actual generación de artistas preocupados por tender puentes con la moda, el diseño o la música, a los Ana Laura Aláez, Joan Morey, Carles Congost alcanzar esa cota de corrosión. A todos los que dicen subvertir la moda pero son parte de ella.


   

 
Fa vint anys que tinc vint anys
20 años de Radio3. 20 años de construcción de un determinado orden de cosas, de una plaza pública donde se reúna esa inmensa minoría de la que siempre nos hemos sentido parte. Qué haríamos sin ella? Dónde escucharíamos esos discos invisibles, que solo conocemos por escrito, que no existen para el ideario común?

Sean cuales sean sus defectos, convengamos en que nunca ha tenido rival. Escuchar la ser está bien por la política y eso, es como leer el país, te mantiene en un nivel de crítica digno -siempre que uno obvie su cargante exceso sociata- pero la faceta musical de prisa no puede ser más lamentable. Luego está M-80 con su barrido histórico con cuernos afeitados, ese greatest hits parcheado que de tanto querer contentar a todos acaba huero, sin personalidad. Pero Radio3 es otra cosa, es uno de los pocos buenos modelos de aprovechamiento de estructuras públicas, es la única ventana hacia ese otro mundo cada vez más ignoto, más silenciado, más censurado.

Sino son veinte serán casi casi los que llevamos escuchándola. Recuerdo su descubrimiento: en un viejo transistor, en la casa de verano. No había privadas, quizás no tuviéramos ni tele, y en la radio sólo se cogían radio nacional y la ser. Mi hermano y yo sintonizábamos cosas que nos parecían modernísimas y extrañísimas. Ecos de la movida que engrandecíamos desde una aldea turolense. Manolo Ferrerras, Javier Rioyo, Caravana de hormigas, Paco Clavel, Diario Pop o el gran Juan Pablo Silvestre. Escucharlo entonces era un reto transgresor, una sensación de riesgo que no acabábamos de asimilar. Unos años más tarde, nos haríamos adictos a Rafael Abitbol y su Rock3 diario, con sus inacabables listas mensuales y su vibrante dicción narrando como Gene Loves Jezabel u Ocean Colour Scene subían o bajaban de los diez primeros. Luego, durante años, lo hemos convertido en costumbre. Sus voces al cabo de los años nos son absolutamente familiares, hemos crecido con ellos. Hoy, ya asentada -y también, sign of the times, bastante rebanada en sus pretensiones- lleva bastante tiempo conservando los mismos locutores y programas y horarios, con lo que es fácil establecer una rutina diaria a su lado. Estos son algunos de sus héroes.

Tomás Fernando Flores
Siglo21. Algo oportunista, aprovechó el cambio de paradigma de los 90 para tirarse al carro de la electrónica. En su momento fue inteligente y visionario, no hay que olvidar que él era un rockero convencido en sus inicios junto a Ordovás. Algo en su tono y su perfil nos hace intuir que estará donde el péndulo del gusto se encuentre en cada momento. Fue pionero de un tipo de sensibilidad no sólo musical, en su programa se da cabida al pensamiento y el debate político y social y las secciones de informática o artes plásticas. Es directamente responsable de un tipo de arte contemporáneo lamentable.

José María Rey
Bulevar. El mejor locutor posible, quizás junto a Gabilondo. Charlatán con fundamento, una metralleta de adjetivos calificativos con la virtud de no ser fuegos de artificio, sino definitorios y contextualizadores. Es un erudito, pero su campo de acción es limitado -voluntariamente, lo cual le da más encanto. En el pop-rock no tiene rival. Desde hace un tiempo dedica los viernes a Sunset Boulevard, su lectura de la historia del rock, que gravita en el nacimiento de los movimientos alternativos de la costa este americana y relata su expansión e influencia con la profusión de detalles de un microscopio. Tiene gustos imperdonables pero si se es del tipo de persona que depende de una buena melodía, Bulevar tiene las mejores.

Diego A. Manrique
El Ambigú. El padre de la crítica española. Los dos anteriores imitan su fraseo inigualable, su cadencia. El más listo de todos, tanto que es capaz, desde su actual perfil ultraposmoderno, de convencernos de la valía de Sabina, Alejandro Sanz o Gloria Estefan. Es el único que además, sabe escribir. Y muy bien desde luego. En la radio hace lo que le da la gana -no como en el país, en el que se dedica a entrevistar a estrellas y a intentar no traicionarse pero quedar bien con los jefes. Su programa se podría definir como exótico. En una de sus cuñas dice que es para gente que no necesita que le digan lo que tiene que oir, y esa parece ser su obsesión, encontrar un punto equidistante y, sobre todo, suyo entre el mainstream y lo alternativo. Suele rebuscar en músicas de países y tradiciones no radiadas. Le encanta provocar con géneros deleznados por la crítica por populares o con figuras en el límite del buen gusto. Acaba resultando fresco más allá de otras cuestiones. Tiene la historia de la música en su cabeza. Está de vuelta de todas las batallas.

Antonio Fernández (creo)
Área reservada. Un personaje y un programa patético. Desde el nombre ya se nos avisa: cuidado que tenemos derecho de admisión, aquí no viene cualquiera. Elitismo trasnochado y cincuentón, el jazz, el soul y el rhythm&blues más estilizado y superfluo es su especialidad. Pronuncia el inglés como un nativo -Meisio Parker- pero luego entrevista con intérprete, su obsesión son los créditos de los discos, quién tocó qué y todo eso. Está más cerca de Fernandisco de lo que nunca podrá admitir.

Ramón Trecet
Diálogos3. Sin comentarios. Es el apólogo de la new age. Nunca lo he aguantado más de una canción. También le va el baloncesto.

Jesús Ordovás
Diario pop. El abuelo cebolleta. Todo el día poniendo sus maquetas de Almodóvar y McNamara o de Siniestro Total, en un yo estuve allí algo penoso sino fuera porque el tipo es gracioso y se hace querer. Es un torpedo pero no puedes odiarle. Cada día dando más, Jesús Ordovás. El daguerrotipo de la movida.

Julio Ruiz
Disco grande. El gurú del indie vendido a Vale music. Vaya vaya. La verdad es que era de sospechar. Tanto maquetero, tanta afición, tanta alineación titular con esa voz tan aflautada no era de fiar. Pesadísimo, pone pocas canciones porque se empeña en hablar y repetir los conceptos como si fuéramos gilipollas. Se cree el padre de Los Planetas. Se hace llamar cuando pincha Dj Rojiblanco. Su peor momento fue cuando en el primer Benicássim -la consagración de todo el edificio que él cree levantó- la gente le abucheó y canturreó gordo, gordo. A mi siempre me cayó gordísimo.

Juan de Pablos
Flor de pasión. El decano. Un personaje entrañable. Es como Fresita, adorable pero sólo cinco minutos. En lo suyo tiene un gusto irreprochable. El problema es que vivir en su mundo y a la vez en el real resulta imposible. La mejor sintonía posible.





          martes, noviembre 11, 2003

 
El vacío
Bajo por la tarde a la ciudad por una reunión. Tengo uno de esos días en los que todo cuesta un horror, en los que para ducharte, estirar la cama o recoger las migas del desayuno se hace acopio de fuerzas y afeitarte o cambiarte de ropa son decisiones que simplemente se aplazan. Desde hace unos días, de forma imperceptible, quizás en paralelo con el gris del tiempo, que parece recortar el horizonte unos metros por encima de nuestras cabezas, ha vuelto a mi cd Nacho Vegas. Será ese tumor en forma de melancolía crónica que a veces comprime todo mi cerebro inutilizando toda la autoestima, seguridad, serenidad y buen ánimo que hace falta para soportar el día a día.
Pasan de las cinco de la tarde, lentamente, la luna del coche comienza a verse surcada por minúsculas gotas que estallan, atomizándose, contra el cristal. Bajo la ventanilla, necesito tocarla. Dentro del coche estoy sudando pero la lluvia es fría, casi de invierno. Comienza La Sed, subo el volumen, voy solo. Me aproximo al centro y entre atascos el sonido ya no parece mío, imagino que es la banda sonora de toda la ciudad enferma, neurótica, drogada. Me acuerdo de City sickness de Tindersticks; este es nuestro paisaje urbano, esta es nuestra experiencia de la colectividad -aún va a ser peor, pienso. Cuando llega el climax del hammond subo al máximo el volumen y con la voz ajada chillo imitando a Nacho:
lejos del hogar,
quien se atreverá
a hablar de mí
mientras yo
me canso de esperar
la copa que jamás
me servirán
y yo ya no puedo volver

Acaba la canción justo en la puerta del parking, la situación merecía llorar de sobras, de hecho me apetecía, creía necesario escenificar un poco una situación melodramática, una vida claramente hostil, la ausencia de justicia. No lo hice; otras lágrimas que descenderán por mí hasta algún lugar de mi cuerpo donde se reunirán con las otras no derramadas que acabarán solidificándose y formando una piedra que, el día de su extirpación, o de mi autopsia, será de objeto científico, se investigará su composición como la de un meteorito de marte.
Salgo del coche y del parking, me encamino a la reunión con poco más peso que un fantasma. Allí se habla de cosas. Yo intento no intervenir. Se trata de un braimstorming, hoy no podrán contar con mi ingenio.




          domingo, noviembre 09, 2003

 
El museo ampliado
Es el concepto de hoy. El museo, la sala de exposiciones como un lugar donde no se privilegien las artes plásticas sobre otras, donde no haya jerarquías y se entremezclen, como en un continuúm, con el cine, las artes escénicas, la música, el diseño, la arquitectura. A priori, un gran empeño por socializar el siempre elitista gueto museístico. En realidad, la misma ilusión, la misma fantagoría, de apertura, de libertad sin límites -morales- que vende la sociedad de hoy. La misma sensación de coger tierra con la mano abierta y perderla por el camino. No, no se trataba de hacer una exposición a Armani, a César Portela, a Mariscal o convertir una sala en un chill-out. No se trataba de que todos los museos tuvieran restaurante, souvenirs o redes interactivas. Se trataba de hacer lecturas diferentes, aproximativas, entre alta y baja cultura. De encontrar su sustrato común. Se trataba de que pasaran cosas, de que fuera todo menos establecido, más vivo. Acabaremos viendo una exposición de joyería. Quizás de Tous. Al tiempo.


   

 
La noche
Early Day Miners. Me los pone L y me gustan. Me apetece ir al concierto. Es el típico grupo que siempre me va a gustar, está dentro de, digamos, mi estilo natural. Pero aún es mediodía, y conforme se acaba el día hay cosas que delimitan mejor mi perfil que mi amor por la música, o la pulsión de ver y ser visto. 34 años, otoño gallego, un sofá y una manta propio, salsa rosa y un ánimo de funeral. Otra derrota de las buenas cosas.


   

 
Cracker
En SINSALaudio te regalan un disco con cierto importe de compra. Son antiguos cds pasados de moda, del pasado innombrable de alguno de los de la tienda, de cuando les iba algo más que la electrónica. Paso 2 ó 3 con los dedos y encuentro la perla. El disco de las sardinas y el huevo frito de Cracker. Ese disco -y alguno más- simboliza una época y una amistad. Yo nunca lo tuve, ni siquiera sé si me lo llegó a grabar, sólo sé que lo escuché hasta la saciedad en su casa, en su coche, en el mío. Y ese tipo de asignaturas pendientes no queda más remedio que aprobarlas. Aunque es algo gestual, anecdótico, un guiño al pasado, a un aire -quién lo diría entonces?- menos viciado, al país de la ingenuidad. Porque ese disco ya era mío desde hace tiempo. Desde que intimamos y nos hicimos inseparables, demasiado parecidos. Desde que tuvimos nuestra primera exposición y última, y nos pegamos una hostia con el coche, y nos llenamos los pulmones de pintura negra, y nos comimos una olla de macarrones. Y luego cuando andábamos tan perdidos hicimos una revista.



   

 
El artista adolescente
Es la rótula que mueve todo el negocio del arte contemporáneo. Tiene todo lo que se necesita: belleza, juventud, energía, ingenuidad, afán por epatar, manejabilidad, poco orgullo. En realidad es él -su edad- y no su obra, el producto.




          martes, noviembre 04, 2003

 

El bucle de Rocher
Este lunes ha sido un día tan extrañamente circular que parecía un argumento de Medem. A las 9 he dejado el libro por fin en imprenta. Posiblemente sea lo más cuidado y a la vez con menos diseño a la vista que he hecho nunca. Es bastante europeo, rollo frío. En esas ocasiones sigo teniendo vergüenza y curiosidad de lo que pensarán de mí. Siempre pienso que creen que soy una maricona, que le da mucha importancia a detalles ridículos, y luego deja pasar cosas de una poca profesionalidad intolerable. Les digo: tened cuidado con el guillotinado porque los blancos son muy importantes en esta publicación. Lo digo casi en bajito y muy rápido para no tener que repetirlo porque nada más empezar la frase me doy cuenta que para ellos es un concepto demasiado abstracto y un razonamiento excéntrico.
Vuelvo al estudio y vagabundeo como siempre por la rutina de blogs. Acudo al diario de Nacho Canut con desgana, dispuesto a leer otro de sus maravillosamente aburridos días y veo que lo ha cerrado, que se despide. Lo leo y me emociono con el final sin final, con su no despedida. Se que él es, que su grandeza proviene de la notrascendencia. Pero yo no soy así y me doy cuenta al instante de que este año junto a él ha sido importante. He reflexionado mucho sobre él, sobre su estilo de vida, sobre su tipo de escritura, sobre su verdadera valía pero hoy no tengo la cabeza necesaria para ordenar lo que pienso. Además, él tiene algo que desactiva cualquier análisis, algo -constructo, real, que más da- en su figura hace inoperante la crítica. No en vano él desprecia la crítica musical. Él es otra cosa.
Luego voy al de Genís -pensando no habrá hecho nada nuevo, es un perro- y me encuentro un post tremendo, de una carga explosiva mal disimulada con su habitual pose apática e insensible. Una de las pocas críticas a Rock de Lux consistentes que conozco. De esas que lees y tienes la certeza de que les ha jodido. Nada de diatribas exaltadamente juveniles de fans de Sigur Ros o Radiohead. Directo al hueso, al corazón de la absurdidad del conocimiento enciclopédico, pautado. Del coleccionismo.
En eso saco la basura al contenedor y me topo con el cartero, me dice tengo algo para ti y me extiende un certificado de contra reembolso. Le digo pero dámelo y no, es de los que hay que ir a la oficina de correos. El importe me suena, pero el remite pone: Ives Rocher. Voy a correos por la tarde, efectivamente es el paquete de Austrohúngaro que estaba esperando: Indicios de Carlos Berlanga, Estafa, Eres Pc eres mac y Gimnàstica pasiva de Hidrogenesse. Es mi primer pedido. Me ilusionaba mogollón que me lo mandaran ellos directamente, ellos -por mail- me decían, cómpralos en tal sitio, que igual te sale mejor y tal. Pero yo quería exactamente esto. Proximidad, cercanía, supongo que algo de la exclusividad que despide ese caballo de Jon Mikel Euba estampado con un cuño en el sobre. La broma del remite me encanta.

[Mientras hacía cola tapaba con cuidado el remitente de mi certificado, cuando se giró el funcionario a por mi paquete lo imaginé cargado de cosméticos antienvejecimiento, exfoliantes, tónicos y cosas así, algo totalmente alejado de la imagen que intento dar de mí, algo ruda y eso. Luego conduje por la ciudad con Boris analizando a la prometida del príncipe en la radio mientras mordía los retractilados y los arrancaba, aprovechando los semáforos para echar un vistazo a las hojas interiores. Pensando soy un antiguo, me gusta comprar las cosas]